Ayer por la mañana llegó a mis manos un pequeño artículo en el que un conocido cardiólogo, Maximiliano Diego, contaba el caso de un paciente suyo que no tenía dinero para comprar un antiagregante plaquetario. «O comemos, o tomo las pastillas».
Llevo desde entonces dándole vueltas a esta frase, la misma frase que hace poco más de un año escuché por primera vez de boca de un paciente. Era un padre de familia en paro desde hacía meses, al igual que su mujer. Llamó por teléfono a mi consulta del centro de salud en el que estaba sustituyendo, no conocía su caso y tampoco quiso identificarse, probablemente por vergüenza. Su voz era una mezcla de rabia e impotencia, por momentos descargaba su ira contra mi como parte del sistema sanitario, por momentos se derrumbaba y lloraba.